
Una multitud se encontraba reunida desde hacia varios días en ese sitio del desierto, esperando casi desde el momento en que se hizo público que el Viajero del Mañana arribaría en su anunciado viaje de tres siglos y medio en el futuro.
Tanto el lugar, justo en el centro del desierto de Gobi, como la cápsula que sería el receptáculo del viajero, habían sido solicitados por medio de un mensaje proveniente de ese lejano punto en el tiempo; las especificaciones exactas, milimétricamente precisas, de cómo construir el contenedor y en dónde colocarlo, tenían que ser tal cual se pedían, sino la transposición espaciotemporal sería un fracaso y, peor aún, resultaría en cientos de fatalidades.
Millones de personas se trasladaron desde sus países de origen hasta la frontera de China con Mongolia para presenciar la llegada del «Mesías», como algunos habían comenzado a llamar al habitante del futuro de acuerdo con las interpretaciones hechas del mensaje: «Tras la llegada del Kairus, la humanidad por fin encontrará la tan anhelada paz; el mundo se transformará en un paraíso y la prosperidad reinará». Estas palabras, grabadas en todos los actuales idiomas, no podían significar otra cosa más que algo brillante para las decadentes sociedades.
Por unos momentos se olvidaron todas las supremacías, ya no hubo aquellos que dominaran sobre otros y la convivencia fue armoniosa; era como si con tan sólo escuchar esas palabras de más allá en el tiempo, hubiera detonado una nueva conciencia en la mente colectiva. Parecía que no se tendría que esperar para dar inicio al cambio.
Cuando se activó la capsula, literalmente cientos de miles de personas la rodeaban, y cuando el ser, o Kairus, emergió, todas intentaron acercarse a él para tocarlo; un simple roce era suficiente. La escena recordaba a Cristo siendo rodeado por enfermos en busca de un milagro que los curara. Y así fue como el Viajero del Mañana se plantó en el mundo de este tiempo y extendió sus brazos para que observaran su magnificencia: su andrógina silueta, cubierta por algo que recordaba más al cromo que a la piel; su rostro carente de expresión, una máscara más que una cara, volteó en todas direcciones posando la mirada en todos los fervorosos.
Peticiones, súplicas y demandas, escuchaba de todo; la gente estaba ansiosa porque diera inicio lo prometido. El Kairus agachó la cabeza en una actitud meditabunda y los ahí presentes, y los billones que observaban a través de las transmisiones en vivo, actuaron en concordancia guardando silencio. Lo que fuera que el Mesías hacía, comunicarse con la gente de su época o con Dios, no debía de ser interrumpido. El momento de calma se extendió por varios minutos, nadie siquiera se atrevió a moverse; hasta el viento pareció detenerse. Al levantar nuevamente la cabeza, todos lo observaron con una incontenible pasión.
La primera en moverse fue una mujer que, extendiendo los brazos, le ofreció a su bebé; esperaba que el niño fuera bendecido por el ser del futuro. El Kairus tomó al infante y lo alzó por encima de su cabeza. La madre comenzó a llorar, un llanto de agradecimiento y de incredulidad por saberse tan afortunada.
Ante la atenta mirada del mundo entero, el Viajero del Mañana colocó su mano derecha sobre la pequeña cabeza del niño y tras decir unas palabras en una lengua incomprensible, presionó el pequeño cráneo hasta romperlo. Lo que vino después de que el líquido cefalorraquídeo y la sangre escurrieran por sus dedos, fue el desgarrador grito de la madre.
Tras los instantes en que la multitud tardó en realmente darse cuenta de lo que había sucedido, la devoción se convirtió en horror. Sin embargo, para ese momento ya era demasiado tarde.
De las manos del Kairus brotó una especie de energía que despedazó a todos aquellos que alcanzó; los rayos azules barrieron con los cientos que estaban en su proximidad más inmediata.
Caos.
Los que quedaban al centro, o más cerca del ser, intentaron alejarse de ahí como les fue posible. Se desató una estampida de gente que en su afán por salvarse, derribó y aplastó a todo aquel que no fue lo suficientemente rápido para moverse.
No obstante, el Viajero del Mañana no atacó otra vez, sino que volvió a extender los brazos. Por unos segundos permaneció así y la gente detuvo su huida. Quizá sólo había sido algo de una sola vez y a ellos no les sucedería lo mismo. Estaban equivocados.
Las mismas ráfagas azules se proyectaron de las palmas de su supuesto mesías y nuevamente aniquilaron a cientos de personas. Así continuó y pronto las partes de los cuerpos destrozados se amontonaban a su alrededor y hasta donde alcanzaba la vista; aún había personas tratando de huir, haciendo valer cada paso en las traicioneras dunas, pero el desierto no es piadoso y ninguno pudo alejarse lo suficiente como para escapar de su muerte.
El Kairus no dejó a nadie en pie. Todos aquellos que habían viajado desde los rincones más alejados del mundo hacia ese lugar entre China y Mongolia, entendieron muy tarde que aquel al que habían considerado su mesías no iba a entregarles la paz que tanto buscaban… O no como ellos lo creyeron en un principio.
Algunos buitres volaban en círculo y otros ya comenzaban su mórbido festín, las huellas en la arena del Viajero del Tiempo marcaban su paso por el desierto rumbo a la ciudad más cercana. Mientras, las potencias militares del mundo se preparaban para lanzar una ofensiva contra el invasor del futuro.
Asombroso relato.
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Muchas gracias, Marcos. Un gusto que nos leas.
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Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
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Poderosa ficción ejemplar para los que esperan a un Mesías…
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Los mecías nunca han sido ni serán la salvación. Gracias por leer y comentar, lo aprecio mucho.
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Un relato descomunalmente demoledor pero con una clara moraleja: solo nosotros mismos podemos dar solución a lo que nos aqueja; si no somos capaces de conseguirlo, nada lo hará… o incluso nos destruirá. Muy bien planteado y con un contenido ejecutado con acierto.
Gracias por compartirlo.
Un saludo.
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Gracias por tus comentarios, Ditalco. Un placer compartir mis escritos con ustedes.
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