
En el caudaloso mundo de las maravillas y tempestades del Espacio de la Tortuga…
Dos aventureros merodeaban en un bosque encantado lleno de criaturas demenciales, que prefirieron mantenerse en sus retorcidos escondites, así para después llegar a las mazmorras Sin Nombre. Eran Mirth y Jax. Sin dudarlo mucho, bajaron las pedregosas escalinatas naturales, encontrándose con artilugios antiguos y cachivaches de tiempos inmemorables. El terreno era innocuo, de sombras y estalactitas cantadoras; no obstante, su arcaica soledad era estremecedora.
Al llegar a un pasadizo, que místicamente uno de ellos reconoció, pasaron a un cuarto secreto donde emanaba un brillo alucinante… Mirth contaba piedra por piedra con una sensación de lujuria insólita. Jax, su compañero, aguardaba en la retaguardia, atemorizado por las sombras y su imaginación. Un frío aterrador los había estado acechando… Pero Mirth solo pensaba en las piedras, esas figuras luminiscentes que hasta en sus sueños no lo dejaban en paz.
Y las volvió a contar.
—Una… Dos… Cinco… Volver.
Aquel sombrero que era Jax, un humano lo suficientemente precavido, tomaba su vara apuntando a cualquier cosa que tomara formas peligrosas, aun cuando nada había atentado contra ellos. Era extraño, muy extraño, ¿por qué nadie les había impedido la entrada?, ¿por qué toda esta hazaña parecía una siniestra bienvenida? El frío, ese frío que tenía nombre y lo ocultaba en sus miedos más osados…
—Mirth, Mirth… —su compañero no respondía— Mirth, carajo…
Las piernas cortas de Mirth tocaban un suelo distinto, oscuro, que no tenía forma aparente, hecho de un mineral negro como la espesa noche. Estaba extasiado; no, por sus barbas, lo que sentía era lo más sublime que podía experimentar en sus ochenta otoños. Sus ojos verdes se comunicaban muy bien con aquel resplandor maléfico con el que resonaban aquellas luciérnagas empedradas.
—Son exactamente el número…
—¿El número… de qué?, ¿a qué te refieres, Mirth?
No respondió, otra vez.
Algo pasó de su lado, un ventarrón quizás, y Jax se hizo de luz: y no había nada. Un susto, una casualidad… ¿O era el peligro mismo del cual había estado en vigilia? Era tan familiar que podría especular su escandalosa identidad.
—Hijo de perra, parece que nomás hablas contigo mismo. Tengo miedo, ¿entiendes? Mirth, estoy a punto de hacerme en los calzones y mis pensamientos no están bien…
—Sssh… Sssh… —lo calló de un modo extrañamente paternal.
Mirth tocó una piedra, cerró los ojos… Y se puso decir cosas sin sentido.
—En el cielo… No obstante… Debajo… Dos… Volver.
Las piernas temblaban como debían de hacerlo; si su amigo había cambiado tanto desde aquellos sueños, tal vez, solo tal vez… Ya no era su amigo con el que estaba en esos momentos. Su piel era más pálida, sus ojos más oscuros, el cabello misteriosamente se volvió entrecano; de lo cauto que era, ahora era un ente antisocial, perdido en ideas y destinos que antes parecían sacados de un loco. Un loco.
Un loco.
Su amigo se había vuelto loco. Y él comenzaba a odiarlo.
—Mira, yo me voy… Si tú te quedas… Te lloraré después… ¿Eh?
Mirth ya no balbuceaba sus palabras itinerantes. Había solo silencio. Un silencio ominoso que retumbaba en los oídos, dejando idiotizados a los que rondaban en esta pérfida caverna.
Las largas manos sudaban. La boca seca. Los párpados mutilados por el miedo. Volteó a ver a Mirth, pero él ya no estaba. Ni la luz, solamente una pared rocosa y una aciaga ausencia.
—Mierda…
No estaba en ningún lado, ni arriba ni debajo de su mirada. Había desaparecido en un enigmático sigilo. Mirth solía hacer un pequeño ruido siempre que caminaba, un quejido, una imprecación, o lo que fuera que saliera de su adusto organismo. Tragando saliva con cada paso, en su mente maldecía al enano que lo dejó solo, esperando lo peor.
Mientras «lo peor» estaba en sus espaldas, aguardando al preciso momento para…
Los gruesos dedos intencionalmente sujetaban el cuello del gnomo, sin querer estrangularlo demasiado, y éste nomás sentía que la vida se le iba.
—¿Dónde está mi compañero? ¡Dime!
No sabía qué decir. Lo había visto ayer, con él, sin decirles una palabra, porque no le interesaban sus historias y vagancias. Hasta ahora. Quería irse, comer, tal vez arreglar una ballesta que le dejaron en su taller, y, si podía, volver a comer.
—N-no, no sé.
—Dímelo, que la paciencia de un enano es escasa y muy rara… —sus ojos simulaban refulgir una furia que en verdad era ansiedad.
Ellos tomaban en el bar, mientras una explosión, no muy lejos, mataba a una persona importante e hizo que toda la gendarmería de la ciudad moviera piso y cielo por la noche entera; y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente de la siguiente; pero no volvió a verlos juntos. Hasta este instante.
—T-te lo d-dije, n-nomás l-los v-vi en ese m-momento y…
—¡Escúpelo todo o te lo sacaré con mis puños de acero! —hasta cierto punto era cómico ver a Mirth amenazando a una inofensiva criatura.
—¡Ay…! —quería morirse ya, y no abrir los ojos nuevamente por el miedo de volver a tener a un enano así, como en esta desconsolada situación. ¿Qué podía hacer con su pequeño y escuálido cuerpo? Su mente, sí, mas estaba nublada por el desasosiego de la fuerza bruta que le aplicaban.
—¿Ahora sí hablarás? —aseveró Mirth.
—Sí, sí… Hablaré.
Ollin tomaba de su vino añejo con jengibre y los borrachos cantaban alegres porque murió el canciller que todos odiaban.
—¡Kamiro ha muerto y los caminos se han abierto! —decía el principio de la malsana copla.
Pudo haber ido con Olivia, pudo haber ido al gremio a contarles una minucia de ingenieros, y también sus sospechas de…
Él. Otra vez. Era negro azabache y tenía unos ojos de tinieblas que veían… Lo miraban. Daba otro trago, olvidando lo que se le había ocurrido… Y se esfumó. Sintió alivio de nuevo. Parecía que ese espeluznante personaje volvía cada vez que… No, no lo haría otra vez. Dejaría a un lado aquella noche que lo vio aparecer de la nada con el humano alto; en cambio, él era largo y feo, aterrador; asimismo, su aparición había sido en el lugar menos esperado…; y después se volvió pequeño, más pequeño, barbón como…
Los dientes de Ollin temblaban por lo que tenía en frente. Mirth estaba aún más ansioso, quería saber más de su historia que había quedado en una posible clave para su desesperada investigación. La vida de su compañero estaba en juego, y quizás la suya también.
—Sigue, sigue maldita piltrafa, ¿por qué callas? Mis puños están ansiosos por…
El gnomo lo veía. Estaba ahí. Y apuntó con su diminuto índice.
Mirth creía que estaba siendo engañado y le pondría una trampa… Pero el destino le había aguardado algo peor. Lo sentía, los pelos de su nuca se erizaron. Tomó su pequeña hacha, preparándose para lo que fuera, y…
Jax despertó de aquella oscuridad y tinieblas.
Había sangre, pedazos de alguien.
Un gnomo cuyo nombre no conocía estaba muerto de miedo frente a él. Ninguno de los dos respiraba.
Empero, reconoció un dedo y su anillo… Una distinguida «M» marcaba su sello.
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