
No podía ver casi nada a través de la cortina de sangre que cubría sus ojos. Aunque ahora todo le daba vueltas y no escuchaba con claridad debido al golpe con el que había perdido el conocimiento, entendía muy bien lo que sucedía.
Con el dorso de la mano se enjugó los ojos, sin embargo, aun así, le era muy difícil distinguir sus alrededores; el sol brillaba con mucha intensidad reflejándose en todas las superficies que le era posible. Entre el resplandor se destacaban múltiples puntos negros regados por el asfalto; eran los cuerpos de aquellos que habían muerto antes, masacrados sin piedad.
Todo había sido tan súbito y violento que cuando intentó reaccionar ya no tuvo oportunidad de hacer nada. Y no es que hubiera podido realmente hacer algo; no cuando eres presa de un grupo de personas prepotentes y trastornadas que no se detendrán hasta saciar sus más bajos instintos.
Gritos de horror y súplicas fue lo único que llenó sus oídos en los escasos minutos que la violencia se cerniera sobre él. Cuando intentó huir, una bala en la rodilla lo derribó, dejándolo tendido en el suelo con el dolor más horrible que hubiera experimentado jamás. Luego vio morir a algunos en su cercanía y vino el golpe en la cabeza que lo sumió en la inconciencia.
Nunca supo si lo habían dado por muerto o si simplemente lo dejaron ahí porque su atención se vio atraída por algo, o alguien más; ahora eso era algo que no importaba porque en cualquier momento vendrían a acabar lo que comenzaron. Siempre era así: en El Día de la Limpia no sobrevivía nadie. El deporte favorito de los millonarios era la pesadilla de los pobres, inmigrantes y segregados. Del golf pasaron a la cacería de humanos.
Todo había comenzado cuando las grandes corporaciones tomaron abiertamente el control sobre las sociedades, cuando el falso velo de los gobiernos democráticos se hizo a un lado y el verdadero poder que siempre dominó, tomó su lugar sin restricción ni moral alguna.
El Día de la Limpia se había establecido algunos años después del advenimiento del aparthéid económico y racial; no tenía fecha ni lugar concretos, era decidido al azar y siempre mantenido en secreto hasta que comenzaba la matanza. Según el nuevo orden mundial, la «gente basura» debía ser erradicada para que la sociedad fuera cada vez más «pura». Y que mejor manera de hacerlo que con un poco de diversión.
Por unos segundos, el dolor en su rodilla destrozada se le olvidó, sin embargo, regresaba con más intensidad. Y también lo hicieron sus verdugos.
Una mujer con vestimenta de safari se aproximó a un anciano que estaba al lado suyo y con una espada, tras tres tajos mal colocados, le cortó la cabeza, haciendo más sangrienta la muerte del viejo. Mientras observaba la cara de la mujer llena de retorcido placer, un hombre vestido como si fuera a jugar paintball, llegó por su espalda jalando una gruesa cadena y la colocó alrededor de su cuello, no pudo hacer nada para impedirlo, y aunque hubiera podido, no había escape alguno. Sintió un tirón que casi le rompe la tráquea, luego comenzó a ser arrastrado lentamente. No podía respirar y para cuando se detuvo su cara estaba casi morada, los ojos saltando de sus cuencas y las venas punzando en su frente.
Fue arrastrado por un cabrestante hacia la parte delantera de un vehículo todo terreno. La cantidad de cuerpos que había ahí amontonados, cual bultos, era impresionante. Era el lugar en donde los cazadores habían decidido juntar sus trofeos de caza. Se acercó un hombre que vestía todo de blanco, short, camiseta, calcetas y zapatos deportivos completamente manchados de sangre.
El hombre de los shorts sacó un mazo del maletero de la camioneta, se paró junto a él con una mirada triunfante, la superioridad del que tiene todo el poder contra el débil, y dejó caer el gran martillo en la rodilla que aún tenía intacta; después siguió con los codos, los tobillos y los hombros. Entre agónicos gritos volvió a perder el sentido para esta vez no despertar.
Cuando la macabra cacería llegó a su fin, los cuerpos desollados y decapitados de cientos de personas, yacían carbonizados en una gran pila; sus cabezas serían exhibidas en los salones de trofeos de las enormes mansiones y sus pieles adornarían paredes o serían usadas como material para fabricar todo tipo de cosas degeneradas.
Así llegaba a su fin otro Día de la Limpia y el mundo era cada vez mejor sin tanta gente basura.
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Gracias por difundir.
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De nada.
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Reblogueó esto en Algún lugar en la imaginacióny comentado:
Cacería humana para mejorar a la sociedad.
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