
Su mirada estaba clavada en mí. Sus ojos totalmente abiertos como si no tuviera párpados, sus pupilas seguían cada uno de mis movimientos sin siquiera mover, ni un milímetro, su cabeza. Estaba parado, completamente rígido, con su espalda pegada a la pared.
Al dar vuelta en el descanso de la escalera noté su presencia. Estaba justo al final del descenso, junto al interruptor de la luz. Los enormes círculos blancos eran lo único distinguible en la oscuridad del lugar. Por la sorpresa y la inercia no pude detenerme a tiempo y quedé sólo unos escalones por encima de él. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo anunciando el terrible miedo que estaba surgiendo dentro mí.
Cuando me recuperé del pasmo tuve la imperante necesidad de subir corriendo, de alejarme lo más rápido posible de ahí, pero al intentar remontar las escaleras me fue imposible mover las piernas. Parecía estar adherido al piso.
Sus ojos (siempre sus ojos) eran dos malsanos faros atrayéndome, sin ninguna resistencia, hacia él. Bajé los tres escalones que nos separaban y quedamos frente a frente. Al instante sentí mucho frío, un frío sobrenatural que helaba hasta lo más profundo de mis entrañas.
No sé cuánto tiempo transcurrió, pero de pronto escuché un lastimoso gemido.
El gemido, lento y agudo, se repitió en varias ocasiones, arrastrando palabras que en un principio no comprendí. Cuando por fin entendí lo que intentaba decir, el incisivo terror penetró aún más en mí: «Sufrirás conmigo».
Como si el moverse no fuera algo natural en él, su brazo, entre toscos movimientos, se separó de la pared y asió mi hombro. Su agarre fue tan fuerte que sus dedos se enterraron en la carne; y sentí un poco de mi esencia vital ser arrebatada.
Unos momentos después quedé libre. Al instante una debilidad me invadió; no tenía fuerza, mis rodillas se doblaban, estaba mareado y sentía nausea. Con mucho esfuerzo logré recargarme en la pared. Tras recobrarme un poco ya no lo vi, el espacio en el que antes había estado, se encontraba vacío.
Ahora ya podía moverme. Encendí la luz del angosto pasillo, abrí la puerta y salí a la calle.
No volvió a aparecer ante mí por varías noches hasta que, mientras atravesaba el segundo piso, de pronto lo vi de frente. Su inhumana mirada paralizándome de nuevo. Su brazo, ahora con más soltura, se movió y sujetó mi mano. Nuevamente emitió su horripilante gemido: «No te dejaré ir».
Repitió una y otra vez las mismas palabras y pude sentir su confusión, su ira, su maldad, sus ganas de hacerme daño. Esta vez la merma en mi ser fue mucho más intensa. Me desplomé. Antes de perder el sentido pude ver sus ojos seguirme mientras caía, y dibujarse una sardónica sonrisa en su cadavérico rostro.
Otra vez se ausentó por un tiempo.
Poco a poco fui recuperando la energía arrebatada, sin embargo, el miedo y las marcas tanto del hombro como de la muñeca, nunca desparecieron. Siempre estaba nervioso y cada ruido aceleraba mi corazón de manera incontrolable. Así fue hasta esa noche cuando desperté súbitamente de un perturbador sueño, sudando y falto de aliento; y ahí estaba, parado al pie de la cama. Los mismos ojos, inmensurablemente blancos, y una amarillenta dentadura tras su sonrisa burlona.
Con horror lo vi subir a mi cama y deslizarse hasta que su cara quedó sobre la mía. Su peso aplastante me privaba de todo movimiento, impidiéndome respirar. Volvió a gemir y su pútrido aliento casi hizo que vomitara; sus palabras fueron claras y aterradoras: «Eres mío».
A partir de ese encuentro no he vuelto a dormir tranquilo. Mis sueños siempre me conducen hacia él y al despertar está más y más cerca de mí…
Creo que es momento de pedir ayuda…
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Ostras, da miedo. 👏👏👏Saludos
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Muchísimas gracias. La esencia de este cuento está basada en algo que me sucedió.
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