
Puso el vinilo en la tornamesa, la Misa de Réquiem en re menor de Mozart comenzó a sonar.
Sirvió vino y se sentó a la mesa; la inquieta flama de las velas hacía danzar a las sombras en las paredes. Tomó el cuchillo y el trinche y cortó un trozo de carne de la bandeja que estaba al centro, luego colocó la servilleta sobre sus piernas y se dispuso a comer.
Llevó despacio el tenedor a su boca y masticó suavemente, deleitándose con el sabor y con la suavidad del suculento pedazo. Bebió un poco de vino. Era perfecto. Su pericia para cocinar le permitía dejar el corte justo en ese punto donde estaba casi crudo. Claro que su habilidad se veía beneficiada por la calidad de la pieza de carne; Laura era experta en seleccionar lo que comería, así había sido esta vez y así fue en todas la anteriores también.
El disco continuó sonando mientras comía. No acostumbraba a pararse hasta acabar todo lo que había servido, de esa manera cobraba sentido el tiempo invertido, las palabras dichas, los sentimientos involucrados; cada bocado evocaba lo vivido, el vínculo entre ella y lo que degustaba. Porque Laura amaba, amaba intensamente antes de matar, tanto otras mujeres como hombres podían atrapar su amor y ella se entregaba sin reparos. Cuando la intensidad de esa pasión llegaba a su cúspide, sólo había una cosa más que podía hacer para que fuera eterno.
A sus ojos, la partida de sus amantes siempre era pacífica, delicada, con toda la ternura que merecía cada una de esas personas. Después de hacer el amor llegaba el momento; mientras su pareja dormía, de la sala de su departamento llevaba a la recámara el terrario donde habitaba su cómplice: una araña de color negro azulado que había adquirido de unos traficantes australianos. La depositaba cuidadosamente sobre el cuerpo desnudo y esperaba la reacción que llegaría; el arácnido, al sentirse amenazado por el brazo que se movía en su dirección para quitarlo de encima, se alzaba sobre sus patas traseras y atacaba, mordiendo repetidamente mientras inyectaba su mortal veneno.
El amante en turno moría por una progresiva baja de presión arterial, disnea y contracciones musculares.
Cuando Communio: Lux Aeterna llegó a su fin, Laura terminó su copa. Se puso de pie y tras limpiar minuciosamente todo lo que había usado, se dirigió a su estudio. Sobre el escritorio descansaba una caja de madera, la tomó y miró la mano izquierda embalsamada que había en su interior; caminó hasta la vitrina junto a la ventana y sacándola la colocó junto a las otras ocho que se exhibían ahí. Mientras contemplaba orgullosa los recuerdos de quienes le habían robado el corazón, sus ojos se humedecieron por la añoranza de esos hermosos momentos a su lado.
Con una ligera sonrisa, secó una incipiente lágrima, pues ahora él también estaría con ella para siempre.
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Muchas gracias por difundir mis letras.
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Encantado, entre blogueros debemos de apoyarnos. Un saludo!
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A pesar de que la situación originada por el hecho narrado pudiera ser tomada como terrorífica, muestra una sensibilidad e incluso una ternura subyacente por parte de la protagonista que puede incitar a intentar comprender su modo de actuar.
La calidad de la creatividad aplicada por parte del autor, por tu parte, queda fuera de toda duda; y eso, junto a otros factores narrativos muy bien jugados, conduce a ese resultado final tan satisfactorio.
Lo he disfrutado de veras.
Muchas gracias.
Un saludo.
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Muchísimas gracias. En verdad comentarios así le hacen a uno el día y me alientan a seguir escribiendo, y cada vez mejor. Aprecio mucho que me hayas leído y que te tomes tu tiempo de dejar tus impresiones. Mil gracias.
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Ni hablar, «Sinfonía caníbal» es de las cosas más sexys que ha escrito mi amigo. Bueno, hay un cuentito por ahí, de Odragde en forma de Edgardo, que asume al más candoroso de todos, pero, está publicado en Masticando el deseo. Ojalá algún día llegue a la mano de todxs.
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La creatividad del escritor es algo asombroso.
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Gracias. Gracias. Gracias. Se aprecia cada palabra.
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