Lícan

Mi cuerpo arde, por mis venas corre lumbre; 
lumbre que, a pequeños mordiscos, devora mi humanidad.
Entro en un mundo donde no hay luz; el único destello que diviso en la lejanía, me llama.
Laberintos en mi mente.
Dulces susurros, tornándose ensordecedores ecos, en lenguas muertas que regurgitan alabanzas.
Imágenes en vertiginosa sucesión taladran mi subconsciente.
Demencial.
Vellos erizados, mis pupilas dos pozos sin fondo; 
mi piel se estira hasta su límite, mis coyunturas se luxan. 
Dolor. Dolor y miedo. Dolor y la certeza de que pronto voy a morir.
Pero la muerte no llega y sólo existo en una extensa agonía.
Lágrimas; llanto que emerge como un último indicio de lo que soy… De lo que fui.
Desproporción de mis extremidades; inmensos colmillos que se proyectan desde un grotesco hocico.
Un espeso y negro manto me cubre. 
Ahora mis ojos miran a través de un velo de rabia.
Sed de violencia. 
Deambulo frenético en busca de una brutal bacanal; 
entregarme a un atroz festín donde aflorarán mis más primitivos instintos.
Acecho. 
Soy el dueño de la noche, una pesadilla concebida en antiguos mitos. 
Soy una criatura voraz que se harta con la trémula esencia de los débiles.
Un aullido surca el cielo nocturno. Un llamado a mi madre la Luna.
Mis fauces y mis garras escurren. Un placentero sabor ferroso en mi lengua y en mi paladar. 
A mi alrededor observo carne desgarrada, charcos de sangre 
y el vapor que desprenden las vísceras al sentir el toque del frío viento.
Mis sentidos alcanzan el clímax. 
Una sensación eléctrica recorre cada milímetro de mi ser.
Éxtasis.
Me pierdo entre las sombras, entre la espesa niebla. 
El alba me acaricia, sumergiéndome en un perturbador sueño.
Empequeñezco, me marchito; solo persiste el frágil recipiente. 
El monstruo se oculta en el rincón más oscuro de mi alma maldita, 
esperando ansioso para emerger de nuevo, acudiendo al llamado de la roja furia.
Despierto, desnudo y vacío de recuerdos. No sé quién soy.
Soy un hombre… Soy una bestia.

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