
Silencio.
Por unos instantes todo se detuvo e incluso el aire pareció volverse espeso.
Los soldados de ambos frentes sostenían sus fusiles; balas inertes a medio camino de su objetivo; cuerpos sembrados sobre el terreno; un helicóptero suspendido mientras sobrevolaba el campo de batalla lanzando su letal metralla.
En el cielo el espacio-tiempo se distorsionó abriendo un portal a otro plano de existencia, a un reino de luz y demencia.
Un ser, que sostenía una lanza de oro en su mano derecha, emergió del cerúleo caos que se revolvía dentro de los confines de la puerta circular; una criatura de marmórea piel y figura, con un par de majestuosas alas doradas que se proyectaban desde su espalda, llegaba al mundo de los mortales.
La abertura entre ambos mundos comenzó a cerrarse y el flujo de tiempo regresó a la normalidad; la ensordecedora cacofonía envolvió de nuevo el lugar. Sin importar que los combatientes estuvieran absortos en la matanza, en obliterar por completo a su enemigo, el aura del ajeno visitante inmediatamente atrajo su atención. El helicóptero, percibiéndolo como una amenaza, dirigió su cañón hacia el ente y disparó. Más de 600 proyectiles lo rodearon sin impactarlo. Cuando la acometida cesó, contempló a la aeronave, luego, con ojos hirviendo de cólera, se lanzó sobre ella. Se abrió paso con la lanza, penetrando el resistente metal, y aniquiló a cada uno de los tripulantes; el vehículo explotó antes de siquiera tocar el suelo.
En seguida, voló en dirección al ruinoso edificio que daba resguardo al ejército defensor; su destino estaba sellado. Ingresó por un enorme boquete en una de las paredes y fue recibido por una lluvia de disparos, pero, nuevamente, las balas salieron desviadas en diferentes direcciones. Caminó con paso sereno entre los escombros, los milicianos que encontraba morían atravesados por su arma o calcinados por el fulgor que despedía su iracunda mirada. Los primeros hombres se mostraron valientes, movidos por su pasión guerrera le hicieron frente inútilmente; sin embargo, al ver como caían sus camaradas, el resto de los combatientes intentó huir, una acción desesperada por conservar las vidas que ya no les pertenecían.
Una vez que no quedó nadie en pie, salió de la edificación y se elevó muy alto en el cielo. Entonces el sol brilló con más intensidad y un resplandor lo envolvió por completo haciendo destellar su lanza y la corona que llevaba en la frente; sus sublimes facciones perfectamente enmarcadas, su hermosa cabellera negra cayéndole hasta los hombros.
Emprendió el vuelo y se dirigió velozmente a otros puntos de la ciudad para acabar con la resistencia, después le siguió el país entero; fue conquistándolo todo a su paso, dejando el camino libre para que los invasores tomaran el control.
Nuevamente surcó los cielos, dirigiéndose hacia el Este. En cuestión de minutos cruzó montañas y recorrió el océano. Al llegar a su destino se posó en la gran plaza central de la capital de otra nación; caminó por entre los monumentos de sus héroes sin siquiera molestarse en observarlos, dirigiéndose hacia el centro de gobierno.
En las inmediaciones de la residencia gubernamental la fuerza policial hizo lo posible por detenerlo, sin embargo, solo consiguieron incrementar su furia y aquellos que se atrevieron a atacarlo fueron asesinados. Ingresó al recinto y fue directamente a donde se encontraban los altos mandos, los militares y políticos que dominaban ese estado. Así como nadie esperaba a que apareciera en medio de aquella batalla, tampoco nadie imaginó que se presentaría en la oficina principal del presidente.
A su paso, decenas de cuerpos de quienes intentaron impedir que continuara avanzando yacían en los pasillos. Se detuvo frente a la entrada del despacho y entró con arrogante calma; de entre los que estaban reunidos ahí, solo habló con uno de ellos, ignorando por completo a los demás.
—Le rogaste al Único que actuara a tu favor y tus suplicas se han cumplido. El pueblo de las antiguas dinastías ha caído y así se te han abierto las puertas para que pongas de rodillas al resto del mundo si ese es tu deseo.
El presidente estaba aterrado y lo miró confundido. Unos pocos minutos antes había recibido una llamada por el teléfono rojo donde le informaban que un alienígena había derribado a uno de sus helicópteros y después exterminó al ejército enemigo.
—Ahora debes saldar tu deuda.
—Pero… no… —el mandatario titubeó al hablar. Se daba cuenta de que se encontraba atrapado en su ambicioso juego—. Mataste a mi gente… gente inocente.
—¿Inocente dices? —su voz llena de desprecio; desprecio por tratar con criaturas tan viles—. ¿Qué inocencia puede haber en parásitos como ustedes?
El dirigente trató de sostener la mirada del alado ser, no obstante, sintió como era juzgado de manera implacable.
—No tenías tenías por qué…
Una sardónica sonrisa lo cortó de tajo.
—Soy heraldo del Único y ostento el poder para hacer las cosas como mejor crea conveniente —hizo una pausa que alargó hasta que fue evidente que sus interlocutores no podían aguantar más—. No esperaré más —extendió un brazo—, tomaré aquello que prometiste a cambio de nuestra intervención.
—No… no… No estoy listo. Ni siquiera… Ignoraba si responderían a mi petición.
—No me importan tus excusas, escoria. El Único exige que pagues lo justo —sin dejar de mirarlo ni un momento, la punta de su arma atravesó el cuello de uno de los sujetos que estaban en la sala.
La habitación se convirtió en una escena de histeria; los hombres de elegantes trajes trataban, a como diera lugar, de escapar del castigo que sabían caería sobre cada uno de ellos. Algunos se hincaron y comenzaron a rezar, otros trataron de alcanzar la puerta; sin embrago, todos fueron ejecutados sin piedad.
Al ver lo que sucedía, el mandatario, temblando de miedo, reculó hacia su escritorio y presionó el botón que alertaba a sus guardias.
—De tus guerreros no queda nadie en pie y si no quieres que lo acaba de suceder aquí se repita en todo aquello en lo que riges, más vale que cumplas con tu parte.
—No puedo… No puedo… Si le entregara eso a tu amo, me quedaría sin nada. En verdad nunca pensé…
El emisario habló con un tono condenatorio, su excelso rostro sin expresión alguna.
—Por tu nulo honor, mortal, pagarás. Y antes de que tu miserable vida se extinga por completo, volverás a suplicarle al Único para que, ahora, se apiade de tu sucia alma.
Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida; el presiente le gritó antes de que se perdiera de vista.
—¡No puedes amenazarme! ¡No! Soy el dirigente de la nación más poderosa del mundo. Tenemos el derecho de hacer lo que nos plazca. —de uno de los cajones extrajo una pistola y disparó a la espalda del visitante…
En el centro de la plaza, el heraldo apuntó con su lanza hacia el firmamento y todo se detuvo por unos instantes. En las alturas, cientos de portales espacio-temporales se abrieron para dar acceso, desde el cerúleo reino de luz y demencia, a una armada de guerreros de aquel distante reino.
Luego la ciudad ardió, y después… Después solo hubo silencio.
¡Qué interesante historia! y no sé, pero imaginé al Heraldo tipo Silver Surfer con alas jeje. Excelente entrada Edgar, como siempre escribiendo genialidades.
Abrazo!
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Gracias, Marggie. Nunca se me ocurrió imaginarlo así, como Silver Surfer. Jejeje
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Jajaja yo que estoy loquita 😛
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Reblogueó esto en Algún lugar en la imaginacióny comentado:
Uno de mis cuentos con tema apocalíptico.
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Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
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