Spirits: Parte 3

Spirits - Bordered

 

Las gotas inexistentes de agua escapando de las ominosas estalactitas…

—Espero que el soldado Wisongo no haya hecho otra estupidez allá afuera —le dijo en voz baja Hollum a Stanley.

—Creo que eso es lo que menos debería de preocuparnos ahora, Steve —le respondió.

Lo que seguía en la caverna eran escaleras que bajaban todavía más; un musgo fluorescente hacía las veces de luz para guiarlos, así mismo emitía un ruido etéreo e imprevisto.

—Luz orgánica. Prepárense para cualquier cosa —les alertó Morenov.

—¿Será esto lo que hacía ruido…? —Preguntó Steve Hollum.

—No lo sé y no me importa —le dijo Prestige.

Siguieron avanzando, y avanzando.

Ahora tenían enfrente un corredor que era de metal pesado y muy viejo. Extraño, el escáner de los cascos no detectaba nada familiar, como si fuera un objeto desconocido para su conocimiento.

—Este es un detalle que puede ser generado por un error técnico, pero, es raro que no me diga qué tipo de metal es el que estamos viendo. Esto solamente me desconcierta más —dijo Morenov, sosteniendo su pistola personal.

—Sigan avanzando. Si no encuentran respuestas, quédense callados. Solo hablen cuando tengamos que ponernos en verdad alerta —los obligó su Mayor.

Había pergaminos pegados en las paredes, tan antiguos que nada se podía leer en ellos. El único que se atrevió a tocar uno fue Prestige.

—Miren, este sí parece ser un poco legible…

Aproximando su cabeza con ojos muy curiosos, lo rozó con la punta de su dedo índice. De pronto, su cuerpo tembló y sus pupilas se dilataron.

—¿Qué pasó? —preguntó Stanley.

Prestige sacó su pistola y le apuntó a la cara.

—¡Qué jod…!

Y el hemisferio derecho de su cráneo se reventó frente a ellos.

—¡Soldado Prestige…! —le gritó Stilgar.

Pero, Porr y Lock actuaron sin chistar y acribillaron a Prestige.

—¡Mierda, qué está pasando! —Stilgar gritó de nuevo.

—Es similar a lo que pasó allá afuera —dijo Kalvar—. No toquen nada. No hagan nada sin avisar. Manténganse unidos, y si ven alguna actitud extraña en alguno de nosotros, no duden en jalar el gatillo.

—Kalvar, si esto es a lo que te referías, deberíamos de regresar, ya hemos perdido a dos marines y podríamos ser rebasados en número…

—No. Proseguiremos.

—No puede ser, esto es un acto ilógico. Mínimo tenemos que enviar una señal de emergencia.

—Hazlo —le permitió su superior.

—Bien… Listo.

—Ahora, seguimos. Vamos.

No era buena idea, pero aun así avanzaron. La música, el sonido, las voces… Steve Hollum estaba a punto de estallar del espanto.

Más abajo, en un cuarto amplio y espantoso, se encontraron con varios cadáveres que olían a canela, seres momificados que tenían aspecto humanoide. Nadie podía prever lo que estaba a punto de suceder.

—Ya están muertos… Desde hace mucho, mucho tiempo —les confirmó Morenov.

Un instrumento musical desconocido sonaba, así como un llanto penitente.

—Esto… No lo soporto… —dijo Steve.

Morenov también parecía sumamente alarmado.

—El casco no está funcionando debidamente, ni los implantes. Yo también estoy sintiendo un miedo atroz —le dijo Porr a Lock.

Todos lo sentían, incluyendo el Mayor Jon Kalvar Kohm.

Algo que parecía artificial se estaba formando desde la oscuridad. Nada de lo de ahí asemejaba ser real, aun así, castañeando con sus dientes, dieron unos cuantos pasos más.

Sombras, muchas sombras repentinas se les estaban acercando desde aquel mundo oscuro; los marines estaban aterrados, el sudor frío parecía congelante y sus bocas les dolían por el miedo que los abrumaba.

—¡Qué hacemos…! —gritó Steve Hollum.

—¡Disparen, disparen! —les ordenó Kalvar.

Las balas fueron disparadas por todos los ángulos posibles, impactando en el brazo derecho de Benhamen Stilgar, la garganta de Lock y el cráneo del Mayor Kalvar.

Cuando dos cuerpos cayeron, los sobrevivientes se miraron entre ellos. Benhamen, en un instinto sobrehumano, le ganó la jugada al soldado Porr y éste salió empujado por el disparo. Nomás quedaban Steve Hollum y Stilgar.

Didac Morenov extrañamente ya no estaba entre ellos.

—¿Qué pasó…? ¡¿Qué está pasando?! —Steve Hollum susurró y luego gritó cosas sin sentido.

Kalvar no le podía dar alguna respuesta, porque, con los ojos bien abiertos, estaba desangrándose sobre el suelo; las sombras daban vueltas, muchas vueltas, giraban por su alrededor sin parar… hasta que alumbraron el área con sus sutiles cuerpos y se percataron de lo que en verdad eran: fantasmas fluorescentes como el musgo que los había iluminado por un momento en su travesía; criaturas que tenían formas de seres conscientes, casi ninguna relacionada al homo sapiens.

—Esto… ¡No es parte de los vivos! ¡ES MUERTE! —gritó Steve Hollum.

—Soldado Hollum —por fin dijo Stilgar— Tenemos que recular… Es tiempo de…

Antes de que siguiera, la pistola de Steve Hollum estaba dentro de su boca y ésta apenas le permitió hablar en balbuceos:

—Lo sien… to…, se… or… —sus ojos, rojos, llorosos; su pupilas se estaban dilatando— Hab… an dent… o… de mí…

Y apretó el gatillo.

La cabeza explotó hecha pedazos, así como parte de su dorso.

—Esto… Esto… No puede… ser… —dijo el sargento Stilgar.

Como pudo movió sus piernas y dejó los cuerpos inertes de sus compañeros en aquel lugar infernal.

Corrió, corrió.

Sentía que cada paso era pesado, como si algo dentro de él estuviera evitando que se fuera. Unas voces en extraños idiomas le decían que se quedara; le prometían fuerza, valor, placer… y la más dulce venganza.

Hizo caso omiso y recordó a Julius Diamantis; sudoroso, desnudo, declarándole su amor eterno en un hotel del antiguo Tokio.

Un disparo lo sacó de su fantasía y volteó a mirar en esa dirección: era Jon Kalvar Kohm, apuntándole torpemente con la que era su pistola de alto poder; tan solo un impacto en donde fuera le quitaría la vida. Al ver que sorpresivamente no tenía con qué defenderse, más que un cuchillo ¿de cocina?, huyó como pudo y otro disparo le cercenó parte de su oreja izquierda.

Casi lo mataba.

Pasaron los minutos y no había una aparente salida, o por lo menos no estaba en el lugar que Benhamen tenía en su memoria. Extraño. Todo parecía diferente. Nada estaba en su posición anterior… De hecho, era otro espacio, no el de una simple caverna, sino un infierno que solo a los Antiguos se les ocurriría.

Horrible, muy horrible.

No dejó de correr, no dejó de buscar un modo de escapar, pero nada ni nadie lo podría salvar:

Stilgar ya no estaba en la luna Dalí Selene, sino en otro mundo, enorme y rojo, fuera del paso de los mortales, y del que nunca saldría.

 

Universo expandido de Silencio en la oscuridad de Odragde.

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