Spirits: Parte 2

 

La superficie era rojiza y las breves dunas le conferían un relieve desértico a la luna Dalí Selene. Realmente todo era frío, rara vez cálido, porque la terraformación de este cuasi-planeta se encontraba en un estado incompleto.

El escuadrón iba trotando para calentar sus cuerpos y darle prisa a su campaña. —¡De la tierra al agua, del agua al espacio, los marines nunca van despacio! —el sonsonete de Benhamen daba cierta gracia a los soldados, animándoles el paso. Este canto lo utilizaban cuando debían de acelerar el ritmo, sin importarles tanto su seguridad. Y para su contestación:

—¡Como a tu aguada madre se la entierro y me cojo su culazo! —corearon los soldados.

La mano de Kalvar los detuvo porque le pareció suficiente el ejercicio; además, habían entrado en un campo minado, por lo que sus pasos debían ser especialmente medidos por sus botas inteligentes. Las minas naturales de Dalí Selene eran extrañas burbujas de gas explosivo, y estas podían ser plantadas por los mismos insurgentes, y una sola podía llevarse a todo un pelotón.

—Con esta reactivación de nuestros cuerpos será suficiente para acabar con el enemigo —les dijo Kalvar—. No se les olvide revisar que sus implantes estén en óptimas condiciones —ya con los músculos ejercitados y una mente parcialmente despejada, se sentían con la moral alta. El Mayor Jon Kalvar Kohm tomó el mando y como su segundo el sargento Benhamen Stilgar. El silencio, por la escasez de fauna, les molestaba y los hacía sentir juzgados por seres invisibles; seres que estaban dentro de sus cabezas, agotándolos en diminutos bocados psicológicos… El miedo.

Benhamen sabía que precisaban de un buen respiro de uno o dos días, porque los narcóticos autogenerados por los implantes no les servirían de mucho; los únicos que tenían suficientes dosis eran los que estaban al mando, dado por sus rangos ellos podían proveerse de mejores artículos de la ciencia médica; sin embargo, el sargento desactivó el suyo desacatando órdenes marciales, sea porque nunca estuvo de acuerdo en su excesivo uso y que le parecía un mal hábito que degeneraba su biología humana, cuando ya tenía suficiente con su genética sobresaliente.

Así pasaron tres horas desérticas, hasta llegar a su destino.

Justo delante de ellos había una flora diferente, exótica aún para la ecología de la luna; la habían percibido desde antes, en pequeñas motas de vida dalense, pero creían que se trataba de una anomalía ya estipulada por los planetólogos de la Unión. Qué lamentable que Looney Dhunes no estuviera entre ellos, si no, ya hubieran tenido cierta opinión profesional al respecto.  No obstante, aquel fulgor luminiscente de las hierbas les parecía extraño, aterrador; eran breves lámparas naturales para las eternas noches del satélite, lo cual aportaba un ambiente fantasmagórico al lugar.

Yombalai, uno de los soldados, sintió una extraña excitación en su pene; el nombre de Yessica pasó por su cabeza, recordó sus curvas, su fragancia, sus cabellos…; una mujer que brillaba, y le llamaba desde muy, muy lejos… Se acercó a oler una flor que colgaba de una débil rama y quedó anonadado.

—Siento que… me habla.

Los más cercanos a él lo vieron con suspicacia. Claramente tenía una erección.

—Oye, Steve, ¿qué es eso que le está pasando a Yomba…? —preguntó el cabo Joshua Pfifer Stanley.

—Oh. Creo que Yomba tiene la misma afición que Looney —dijo Steve Hollum—. Oye, ¿te hace falta una mano amiga? Prestige puede ayudarte, dice que es muy bueno con las manualidades.

—Vete a la mierda, Steve —le respondió Prestige Qer Orreilos.

Para su sorpresa, Yombalai Oog Wisongo no les respondió, prefiriendo lamer lo que le parecía la flor de una mujer.

—Esto es raro —dijo Hollum—. Yomba, amigo… ¿Escuchas?

Las mieles de aquella planta entraron por la lengua y Wisongo parecía extasiado.

—Muy raro. Si eso tiene veneno, lo podría matar. Aléjenlo de esa puta planta. Le avisaré al sargento Stilgar.

—A la orden —dijo Steve Hollum, y Prestige le ayudó a despegar la boca de Yombalai de aquella voluptuosa planta.

Stilgar revisaba en los datos de su casco si tenía información de la flora y no había nada. Kalvar, por el momento, revisaba su agenda militar.

—Eh, sargento Stilgar. Señor —era Steve Hollum.

Benhamen viró su mirada hacia el soldado que le hablaba, no sin antes justificar sus pensamientos en que aquella vegetación era un foco rojo para sus muchachos.

—Sí. Dígame, cabo.

—Yombalai dijo que una flor… le hablaba. Y… usaba su lengua… para lamerla.

Stilgar, ceñudo, miró fijamente al cabo Stanley y a Yombalai que parecía aturdido entre los brazos de unos soldados, todavía en éxtasis por aquella extraña experiencia.

—¿El soldado Wisongo tuvo contacto con una de estas plantas?

—Sí, señor; incluso, como le dije, usó su lengua en una de ellas. Era como si… ya sabe, fuera… una vagina y él…

—No tiene por qué describírmelo todo. Lo entiendo.

El cabo Joshua Pfifer Stanley se sentía incómodo, extraño. No hacía ni unas horas que muchos habían muerto por una causa misteriosa que, supuestamente, erradicarían, y ahora uno de ellos tenía deseos sexuales hacia una… ¿Flor?

 Benhamen se acercó a los otros soldados.

—Soldado Oog Wisongo, ¿qué estaba pensando usted al…? —lo consideró un momento—. Al… Tener contacto con una planta no identificada. Fue una estupidez.

Yombalai no contestó porque ahora veía a diminutos seres que caminaban por su mano; sentía cosquillas, aunque no era realmente desagradable, pero esto no se lo dijo a nadie, porque de seguro pensarían que estaba loco.

—¿Soldado…? Responda.

Aquellos pequeños seres dieron un brinco del susto y salieron despedidos a los ejes laterales de los brazos de Yombalai, hasta desaparecer; sin embargo, él seguía mirando, revisando hasta sus piernas.

—Maldita sea, Yombalai, te ha dicho el sargento que respondas —Hollum estaba desesperado.

Jon Kalvar llegó con ellos, molesto por la tardanza.

—¿Pasó algo, sargento Stilgar? No tenemos mucho tiempo y debemos regresar antes de que anochezca.

—No, señor, no es… —si hablaba sobre este curioso caso, posiblemente generaría un conflicto aún mayor, e innecesario— El soldado Wisongo tuvo contacto con una planta por accidente, y no parece estar en sus cinco sentidos.

—Nada como una buena inyección de cannadina para que se reestablezca.

Una solución osada, sin embargo, la alternativa más concurrente entre militares que poco o nada entendían de medicina. Stilgar asintió y de su cinturón sacó una jeringa un tanto sucia y se la dio a Prestige.

Yombalai no opuso resistencia cuando la aguja traspasó una vena gruesa de su brazo izquierdo.

—Por un momento no sentí mis brazos… —ya estaba recobrando la consciencia.

Tenía miedo que tal vez… él… ¿Podría haberles pasado lo mismo que a los compañeros a los que atacaron? Jess, Kalim, Eren, Tulam… No, esto había sido diferente. Sintió que una incipiente erección quería formarse, no obstante, la química hizo su efecto y se tranquilizó.

—Si siente algo grave, dígalo ya, soldado —Benhamen no tenía mucha paciencia cuando el Mayor Kalvar estaba a sus espaldas; asimismo, también había llegado a la misma conclusión: ¿qué tal si se volvía loco y mataba a todos los ahí presentes?

—No, estoy bien, creo que… es mejor no acercarse a esas cosas, señor, te atontan.

Benhamen analizó superficialmente la homeostasis del soldado Wisongo, y en efecto, los resultados decían que un agente exógeno había afectado su sensibilidad del tacto.

—No se acerquen a esas plantas, parecen lo suficientemente peligrosas por lo menos para dejarlos como idiotas en una misión de alto riesgo —se acercó de nuevo a Yombalai—. ¿Cómo se siente ahora? —Stilgar le preguntó.

—Mejor —respondió.

—Qué bueno. Oog Wisongo, usted se quedará aquí afuera, vigilando. ¿Siente que puede hacer eso?

—Sí… La verdad es que me siento mucho mejor —no pensaban igual los pequeños seres que deambulaban ahora por su cuello—. Perdón por mi descuido.

Benhamen Uth Stilgar asintió.

—Y no vuelva a tocar nada que no sea su rifle —el sargento fue tajante.

—¡Señor, sí, señor!

Ahora, la cueva, aquel agujero prominente, que los invitaba a esa lúgubre morada, estaba ahí para ellos, para los bípedos alienígenas de una luna que eones antes tenía otro nombre…

Sin emitir otro sonido, los soldados se adentraron impelidos por la orden de Stilgar; mientras, Yombalai Oog Wisongo se despidió de ellos con su triste mirada, así como aquellos hombrecitos verdes que tomaron una forma semejante a su persona. Kalvar, ya adentro, quiso pensar en grande, en quizás seguir subiendo de posición, pero definitivamente estaba cómodo con lo que ya tenía, y tal vez, si salía completo de esta contra-insurgencia, se jubilaría con una pensión bastante rechoncha que lo haría vivir tranquilamente hasta morir físicamente; después cambiar de cuerpo, incluso de sexo, o solamente rejuvenecer con la piel que ya portaba; qué más daba, era esta su elección para un futuro, pero no para este momento. Faltaba mucho para concluir esta etapa de Jon Kalvar Kohm, un mediocre Mayor de la U.M.Trr. Dalí Selene.

Más que militares, se sentían unos temerarios aventureros, siempre esperando el peligro a la vuelta de la esquina… De una caverna.

Los cascos los dejaban ver lo suficiente como para detectar la geología básica, como algunos brillos aumentados por los micro-lentes del cristal prontoriano. Los piedras subterráneas eran de color plateado, diferente al broncíneo de la tierra natural de la luna; pero no nomas era lo que veían, sino también lo que escuchaban… Un canto; un canto extraño que emanaba desde las profundidades.

—¿Lo escuchan también ustedes o ya me yombalié? —preguntó el soldado Prestige.

El verbo «yombaliar» ya existía como broma entre ellos.

—No… Espera. Sí, sí escucho algo —Stanley se sentía ofuscado por sus dudas, pero, él igual lo escuchaba—. Maldita sea, yo puse mi distancia con aquellas cosas…

—Oigan… ¿Ustedes escuchan las voces? —les siguió Morenov, el oficial técnico, que era más alto que ellos.

—¿Qué dicen? Usen sus intercomunicadores con la función en vivo, esto tiene que ser grabado —fue una orden directa del Mayor.

Todos encendieron sus aparatos.

—Están balbuceando que escuchan algo —le dijo Benhamen al Mayor.

—Señor… Sargento Stilgar —era Steve Hollum—, escuchamos un canto extraño…

—¿Producido por la línea de comunicación? —preguntó Stilgar.

—No, es… ¿Lo entienden ustedes? —les preguntó a sus compañeros más cercanos—. Nadie entiende lo que dice el canto, pero es evidente que tiene una melodía… muy atractiva.

Y sí, lo era. Stilgar y el Mayor Kalvar se miraban fijamente: lo escuchaban, y era aterrador.

—Es posible que sea un método de distracción psicológico. Nuestros antepasados la usaban como La Voz de Dios, y sería muy efectiva si nuestros cuerpos no hubieran sido alterados para prevenir sus catastróficos efectos —Benhamen Stilgar intentó tranquilizarlos, desconcertado.

Sin embargo, cada uno se sentía ligeramente asustado, pero nadie dijo nada al respecto.

—¿No sería la misma trampa de antes…? —preguntó Stilgar, en voz baja, sin usar el intercomunicador.

El Mayor se la pensó un poco.

—No, yo estuve ahí —no apagó su línea—, y no es algo que podré borrar de mi memoria, ni quiero que lo borren. Lo de allá afuera, bien lo saben Lock y Porr —ambos cabos de primera clase al mando del extinto escuadrón de Kalvar—, no fue producido inmediatamente… Algo silencioso corroe tu mente y te vuelve enemigo de tus propios aliados. Pero esa de seguro es otra historia. No se confundan con alardes esotéricos y prosigamos —tomó unos duros segundos de silencio—. Los disidentes nos tienen miedo y por eso toman medidas tan bruscas como esta.

Kalvar pensó que en estos momentos debería estar en una fragata, tomándose una refrescante limonada e ideando nuevos planes para acabar con los rebeldes, empero la decisión había sido de él y del general Kaboss, para que por fin, después de esta misión, le perdonaran su grave falta en Peonses 5, y lo tomaran como caso suficiente para que su jubilación fuera inmediata.

Y, sin embargo, Stilgar tenía sus dudas. Los disidentes emplearon tácticas reaccionarias, y habían sido lo suficientemente letales como para tomarlos realmente en serio; tácticas que fueron incrementando sus éxitos e influencia para otras colonias; no es por nada, pero habían sido capaces de crear una verdadera revolución y no la simple revuelta de la que hablaban los medios pagados por la Unión; y para esto, no era tan extraño que, en un espacio cavernoso, siniestro, húmedo, destinaran sus estrategias de guerrilla a escondidas, en un oscurantismo de terror; pero, ¿sería acaso necesario que fuera tan tenebroso? La imaginación de cada quien volaba, y esto no lo podría detener Jon Kalvar Kohm.

—No paran… Las voces… —Hollum no parecía lo suficientemente abstraído por el ruido, no obstante, era inminente la preocupación de que algo más allá de sus capacidades lo estuviera acechando.

—Eh, tú, no causes conmoción. Calla y sigue las órdenes del Mayor —Lock tenía una mirada amenazante, y debido a que nunca cometía un desacato, le parecía una falla de gravedad que alguien del escuadrón los estuviera azuzando.

Era extraño y a la vez tan familiar. Varios de los soldados se sentían dentro de una nave espacial y su silencio de acero; aquello que era un pedregoso adorno siniestro, un brillo que se sentía y se veía en todo, y no les extrañaría que al mirar el exterior, se encontrarían un campo espacial con estrellas fulgurantes que entonaban una canción mortal.

En el primer cuarto al que entraron vieron que había un extraño altar en medio del lugar, medía unos doce metros cuadrados, y parecía que no había más que recorrer porque todo estaba cubierto por piedra y granito. Los soldados se pusieron alrededor del ara, esperando la siguiente orden de Kalvar o Stilgar.

—Mayor Kalvar, esto se ve rudimentario, ¿acaso lo armaron los disidentes?

—¿Lo es? Más vale revisar atentamente —fue una pregunta dirigida a Didac Al Morenov.

Pero antes, Kalvar investigó con su visión del casco: había señales de vida, o de energía, que emanaban del ara.

—Sí. Ahí, en el altar. Investiga —ordenó al oficial.

Morenov se hincó y revisó aquella peana que parecía provenir de la piedra natural de la cueva.

—Morenov es especialista en ingeniería alternativa… —Benhamen pausó un poco—. También en alienígena.

—Oh, no sabía que existía eso de ingeniería alternativa —Kalvar miró su perfil militar desde el casco—. Interesante. Y puede que inútil.

Hollum escuchó unos pasos y se puso nervioso; no había nada, no detectaba nada, pero los… ¿Gritos? ¿Acaso la cueva tenía su propia voz…?

—Ya encontré algo —dijo Morenov.

—¿Qué fue, oficial? —preguntó Stilgar.

—Es… —modificó su visión para que le aclarara las sombras— Similar a…

—¿A qué? —Kalvar se estaba impacientando.

El técnico tragó saliva.

—Es un artefacto que simula ser de tecnología antigua, pero en verdad es tan avanzada como la de New Oedo… Si no es que más —sacó su cuchillo y se pinchó un dedo; luego lo puso sobre una abertura invisible al ojo humano y esta lo absorbió de inmediato, rebanándoselo por completo.

Los ruidos de dolor los turbaron y de inmediato tomaron al ingeniero para que no se cayera de espaldas.

—¡Mierda, mi precioso dedo…!

—¡¿Qué pasó, oficial?! ¡¿Estamos en peligro?! —preguntó Benhamen Stilgar.

—No… es…

Una puerta escondida se abrió frente a ellos. El dedo mutilado de Morenov sangraba mucho.

—Carajo… Era la única manera de abrir la maldita puerta…

—Por dios, Morenov, dígame qué demonios fue eso que pasó —estaba más molesto que asustado. Jon Kalvar Kohm miraba con curiosidad el escenario, le parecía ciertamente excitante… pero a la vez peligroso. Tenía que ir con cuidado.

Un marine le inyectó un analgésico y pronto Didac se sintió mejor, además de que la sangre coaguló de inmediato.

—Creí que nomás tomaría unos mililitros, pero no sabía que eso se comería a mi precioso dedo.

—No pasa nada, oficial, nada que la Unión lo pueda arreglar, incluso implantándole otro más precioso —dijo Kalvar.

—Esto es obra de fanáticos —siguió Morenov, ignorando al Mayor—. Lo sé muy bien. Lo que tenemos en frente, esa endemoniada cosa, en verdad está viva y es una mezcla de organismos biológicos con mecanismos robóticos; y eso se comió mi hueso y mi carne para abrirnos la verdadera entrada de este calabozo.

—¿Calabozo…? —la pregunta de Stanley se quedó en el aire.

—Realmente no creo que sea buena idea que avancemos, se sabe que esto podría ser más peligroso de lo que parece —Didac Al Morenov instintivamente seguía apretando su tullido miembro.

—No. Prohíbo cualquier sutileza que vaya en contra de esta misión. Si se trata de fanáticos, mejor aniquilarlos ya —Kalvar era determinante y nadie podía refutarlo.

—¿Y qué hacemos? —preguntó el sargento.

—Proseguir, como antes, como siempre. Somos marines de la Unión de Mundos Terraformados, y ningún mar o vacío espacial nos detiene.

Todos asintieron y prepararon sus armas. Pronto encontrarían el peligro que los esperaba.

 

Universo expandido de Silencio en la oscuridad de Odragde.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s