
Deambulaba con paso apresurado por los interminables corredores cubiertos en sombras, huyendo de algo, de un perseguidor del que nunca podría escapar; volteaba constantemente, los gritos, furiosos, estaban cada vez más cerca. Detrás de él no había nada, tampoco se escuchaba ningún sonido más que el ruido de sus botas al hacer contacto con el piso, y que rebotaba en las metálicas y negras paredes. Gaiden Yūsha Kah se encontraba completamente solo dentro de la Walkyria Brynhildr, y lo único que lo amenazaba eran los fantasmas que se encontraban dentro de su cabeza.
Por 81 días la nave había estado a la deriva en medio del espacio profundo, y durante ese periodo, Gaiden anduvo de un lado a otro por toda la extensión de la kilométrica Brynhildr, buscando algún sitio que le pareciera seguro para refugiarse. Pero siempre eran refugios temporales ya que no importaba cuán gruesas fueran las paredes, o si deshabilitaba el sistema de apertura de las puertas, su enemigo invisible siempre le daba alcance.
Sin darse cuenta, esta vez había llegado a la parte posterior e inferior de la embarcación. La zona donde se alojaba la maquinaria, y que daba acceso al reactor, siempre era un lugar desolado, incluso cuando los tripulantes aún vivían; un sitio que no visitaba con frecuencia y en el que ni siquiera el personal asignado a los motores pasaba mucho tiempo. No tenía más opción, tal vez aquí podría encontrar paz.
Se detuvo frente al panel del ascensor y presionó el botón; mientras esperaba a que llegara, la ansiedad se apoderó de él; el viaje desde la parte más profunda de la nave hasta donde ahora se encontraba tomaba varios minutos, momentos en los que se sintió demasiado expuesto. Sin poder contenerse más, recargó su espalda contra el muro, la solidez lo hacía sentir un poco de seguridad. La espera le pareció larga y tortuosa, estaba seguro de que en cualquier momento, antes de que llegara el elevador, aparecería aquello que lo perseguía y pondría fin a su vida de una manera horrible. Pero y si llegaba por detrás de él… Su mirada fue de un lado a otro inspeccionando, temeroso…
El ascensor se abrió e iluminó el corredor con una pálida luz azul.
Instintivamente, Gaiden se introdujo en el habitáculo. Justo cuando la puerta comenzó a cerrarse, al fondo del pasillo vio (o así lo creyó) una silueta que era más negra que las mismas sombras que se proyectaban más allá de la fría iluminación. Un gran terror lo invadió.
El elevador inicio su descenso hacia las entrañas de la Walkyria.
Yūsha Kah caminó lentamente midiendo con cuidado cada paso que daba; a diferencia de las otras secciones, el cuarto de máquinas estaba sumido en completa oscuridad, ahí no existía el mortecino fulgor de las pocas lámparas que aún funcionaba en los niveles superiores; también ahí, el silencio se sentía más opresivo, como si todos los fierros que llenaban aquel recinto no permitieran que nada vivo se sintiera cómodo. De pronto tuvo la sensación de que no poder respirar, cada inhalación de aire se convirtió en una tremenda lucha.
Se estaba asfixiando.
Incluso con sus implantes cerebrales y el condicionamiento y manipulación psicológica que le dieran al ingresar a la armada, no estaba preparado para lo que ahora enfrentaba. En su carrera militar había combatido en dos guerras y en ellas mató a un incontable número de personas, fue testigo de formas terribles de acabar con poblaciones enteras y dejó atrás planetas estériles. La guerra era algo que de cierta forma estaba pactado entre los dos frentes, siempre se sabía a lo que enfrentarían y cuáles serían las posibles consecuencias, pero esto…
Se detuvo a tratar de recomponerse, no podía sucumbir, no así. Tras unos minutos palpó el muro que tenía frente a él, se sentía caliente al tacto; no podría avanzar más, el reactor que propulsaba la embarcación se encontraba más allá de esa pared. No le quedaba a dónde más ir, sería mejor quedarse ahí y aguardar a lo que sea que fuera a suceder.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se sentara y dirigiera su mirada al suelo, en este negro tan profundo era imposible saberlo; hasta las voces que lo acompañaron por tantos días parecían haberse retirado para dejarlo, ahora sí, en total soledad.
Algo que no pudo explicar lo hizo levantar la vista y desde la dirección de donde se encontraba el reactor emergió… ¿Alguien? Sí, lo que se manifestó desde la cámara de alimentación de los motores, era una figura humanoide envuelta en una muy tenue luminiscencia. El ente se aproximó y se detuvo a escasos centímetros de él; a esa distancia pudo distinguir varios detalles: vestía un uniforme militar color naranja, su pelo era escaso y cano, y a su arrugado rostro lo surcaba una cicatriz que corría desde abajo del ojo derecho hasta partir su boca.
Gaiden acercó la mano a su cara, y con la yema de los dedos siguió el contorno de la cicatriz que una esquirla le había hecho en La Guerra de los Cien Mundos; se detuvo justo donde la marca hendía su labio.
Abrió desmesuradamente los ojos y sus dientes comenzaron a castañear; varias lágrimas escurrieron por sus mejillas. Extendió el brazo para tocar a su «yo» más viejo y el ser lo imitó haciendo lo mismo. Ambas manos se encontraron y cuando sus dedos entraron en contacto, Yūsha Kah ya no se encontraba en el cuarto de máquinas de la Brynhildr; ahora estaba en el puente acompañado por todos los oficiales de la tripulación.
Se observó dando órdenes a los pilotos para que hicieran todo lo posible por evitar que los meteoritos impactaran a la Walkyria. Sabía que el casco era lo suficientemente resistente para no ser perforado, pero de acuerdo a las mediciones hechas, entre más se internaban en la lluvia de fragmentos espaciales, más quedaban expuestos a que un proyectil con la suficiente velocidad les hiciera daño. Y así sucedió.
Solo un impacto bastó para que el infierno se desatara.
La pequeña roca penetró en el centro de la nave, justo en el área donde se encontraban los plantarios y las reservas de alimentos, matando a varios tripulantes. Una vez que lograron salir de entre la letal lluvia, envió a un equipo especializado para recolectar la roca y la aislaran del resto de la embarcación. Era demasiado tarde. La radiación que emanaba del fragmento se extendió rápidamente y comenzó a afectar a todo aquel que entraba en contacto con ella; los más afortunados desarrollaron un tipo acelerado de cáncer y murieron a las pocas horas deformados por enormes protuberancias tumorales; los que menos suerte tuvieron, aquellos con la mayor cantidad de implantes, vivieron varios días para después sucumbir a muertes similares, o incluso más espantosas…
Se vio en el área médica tratando de ayudar a la piloto que había sido su amante, la mujer en un estado de rabia incontrolable lanzándose sobre él para tratar de matarlo; sus pupilas contraídas hasta casi desaparecer, su boca escurriendo con saliva espumosa, los conductos auditivos manando sangre. Revivió el momento en el que tomó uno de los catéteres y lo enrolló alrededor del cuello de la oficial y jaló con toda su fuerza hasta quitarle la vida.
Se encontró en la sala de armamento mientras dos de los artilleros agarraban un par de rifles de plasma y recorrían los pasillos acribillando a todo aquel que encontraban con vida; los cuerpos hechos pedazos, casi desintegrándose porque ni una gota de sangre caía al suelo. Los hombres al no encontrar a nadie más con quién descargar su ira, tiraron las armas al piso y sacando sus cuchillos se abalanzaron uno contra el otro hasta que ninguno volvió a levantarse.
En el centro de comando, donde se aloja la inteligencia artificial que gobierna la nave, observó al ciberingeniero sujetar su cabeza y pegar un agónico grito de dolor, su cara descompuesta por el horror que lo asaltaba desde el interior de su cerebro, gotas de sangre escurriendo de las comisuras de los párpados. Vio como la cabeza del sujeto comenzaba a agitarse de manera vertiginosa hasta casi difuminarse, y de pronto detenerse y estrellarse repetidamente contra la consola de mando hasta que el cráneo se fracturó por la mitad; trozos de masa encefálica salpicando las pantallas y los múltiples controles.
Las manos se separaron y Yūsha Kah estaba de nuevo en el cuarto de máquinas; su otro yo con la mirada clavada en él.
Una pregunta que lo atormentó desde que sucediera la tragedia, por fin encontró voz:
—¿Por qué fui el único en no ser afectado por la radiación, el único en sobrevivir? —tragó saliva, hablar le resultaba tan ajeno, tan fuera de lugar.
Su anciano reflejo no emitió ninguna respuesta, parecía como si no entendiera lo que el otro le decía. Luego, abruptamente, se escuchó como se quebraba su cuello y la cabeza caía de lado. Poco a poco el ente fue desapareciendo.
Horas más tarde, Gaiden Yūsha Kah, capitán de la Walkyria Brynhildr, embarcación intergaláctica de la armada de la U.M.Trr. (Unión de Mundos Terraformados), insertaba los comandos para que el cerebro central entrara en proceso de hibernación. La inteligencia artificial comenzó a deshabilitar todos los sistemas, y el reactor entró en fase de enfriamiento. En la cabina, el capitán, con un cable atado al cuello, se arrojó por las escaleras que conducían al puente y su cuerpo quedó suspendido, balanceándose hasta que los generadores de gravedad cesaran su actividad.
Cuando la última luz se apagó, la Brynhildr se convirtió en un silencioso fantasma perdido entre la implacable oscuridad del espacio profundo…
Oh vaya que bueno, muy bueno para seguir el contexto de la historia que se inspiro en esa masacre intergaláctica. Buenas narrativas, conciso, viscoso y turbulento.
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Gracias por leerlo y gracias por el comentario. En lo personal es uno de los cuentos que he escrito que me gusta más.
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