Aborto

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Aquella inmensa oscuridad los atrapó como a luciérnagas en un faro. La enormidad, inconmensurable; un gigante que no es dios ni astro, pero lo absorbe todo, lo transforma todo… Un agujero con la máxime del misterio más agudo de todos.

El capitán Zafron tenía que torpedear al hoyo negro que tenían frente a ellos, y esperar que los resultados fueran los premeditados. O desaparecer, triturarse en millones de moléculas violentas, como los demás intentos fallidos.

Su mano se posaba en el último botón para comenzar con el experimento, mientras las luces brillaban en ausencia de su acción. Todos se encontraban expectantes, recordando a sus familias o mascotas que dejaron en sus respectivas colonias. Trataban con el titán de titanes: el TON 618.

—Capitán, quedan diez segundos antes de nos desviemos del eje indicado —advirtió Suárez, el único astrofísico sobreviviente de la tripulación—. Si se demora un poco más, es mejor darnos por muertos y ser lentamente absorbidos.

Los nervios. El compás de un ritmo infernal interior.

La decisión más difícil de su vida, después de dejar a su última mujer olvidada en el puerto de Kex-180. No quedaba otra opción que purgar los miedos y olvidarse que era un individuo que alguna vez tuvo amor por su existencia.

—Bueno. Que se vaya a la mierda todo.

Apretó el botón.

De inmediato dos cañones dispararon rayos invisibles al ojo humano que de inmediato fueron tragados por el pozo estelar.

Y nada.

Nada.

Esas fueron malas noticias.

—Fue un gusto viajar en vano con ustedes, muchachos —dijo el capitán.

—El mío no tanto; no quiero ni recordar cuando el bicho se infiltró en la nave, mutó y mató a la mitad de nosotros. Es la peor historia de terror que he vivido —lamentó Bicks, el único tripulante de la tercera edad que convivía con ellos.

Una mujer asiática, alta, de una belleza extraña, tocó el hombro de Bicks; era Kasha, una androide.

—Si quieres lamentarte hasta el último minuto de tu vida, pues te digo que ha sido un gran desperdicio de tiempo humano —le sonrió. Bicks se encogió de hombros.

—No tengan cuidado en llorar. Nuestras familias recibirán su pensión por nuestra estúpida pérdida. Por lo menos tuvo maldito sentido que hayamos existido —el capitán, hasta el final, no escatimó en el tono nihilista en sus palabras.

Aun cuando Pesh ya estaba llorando (no pudo despedirse de su pez psiónico), algo emergía del agujero y nadie tomaba en cuenta aquel naciente fenómeno.

—Bueno, bueno, esto está tardando mucho. Iré por un trago y me volveré alpiste espacial, así tomando del peor aguardiente de la galaxia —dijo el viejo, invitando con la mirada a los que quisieran ir con él.

—Es lamentable que después de la vacuna de la viruela andromediana no pueda ingerir alcoholes. Los extraño. Mal por mí—. Suárez se sentó y mejor vio sus zapatos, todavía un poco manchados de sangre.

—Sí, mal por ti.

Bicks estaba a punto de irse a su alcoba, pero Kasha lo detuvo.

—No. Mira.

—Eh, déjame, no pienso gastar mi tiempo aburrido y triste con ustedes. Tú misma me recomendaste que…

El capitán estaba sorprendido por lo que veían sus ojos. Era descomunal.

—Mira, tonto —Kasha tomó la cabeza de Bicks por la fuerza y la giró hacia la ventana.

—Qué… es… eso…. —el viejo abrió la boca por la sorpresa.

No era el único embobado con la escena que tenían frente a ellos.

Una forma oblicua y rosácea salía de aquel escondite que resguardaba todas las incertidumbres astrales; emanaba una fuerza extraña, tan natural, tan familiar…

Se escuchaba música introspectiva, cada uno percibiéndola en distintas aristas melódicas.

—Nadie se vaya, necesitamos ojos para ser testigos de lo que está pasando —Suárez no separaba su vista de lo que estaba pasando; estaba maravillado, fuera lo que fuera que estuviera del agujero negro.

—¿Ustedes también pueden escuchar…? —preguntó Aris, el marine sobreviviente.

Parecía que las estrellas se arremolinaban transfigurando la realidad que estaba a su alrededor; árboles, cascadas multicolores; montañas; ciclos de vida; soles fulgurosos y apagados…. Era aterrador y maravilloso al mismo tiempo.

Después «eso» soltó unos párpados, pestañas nobles, cejas casi despobladas…

—Eso… Tiene… ¿Ojos? —Pesh estaba a punto de cagarse.

Una cámara exterior grababa varios ángulos del fenómeno que presenciaban.

—Cállate y observa —le ordenó Zafron.

Luego una boca pronunciada, rosácea; era la cabeza de un ser calvo, con poco pelo, de mejillas carnosas…

—Es como si… —Kasha la analizaba con su sistema sináptico—. Viera la cabeza de un bebé que tiene el tamaño de un sol pequeño.

Y en efecto, dos bracitos enjutos sobresalieron de aquella zona. Era un bebé desnudo, digno hijo de un dios magnánimo. Era precioso.

Hermoso.

—Hermoso —dijo Suárez.

—¿Estoy alucinando? —Pesh ya tenía cagados sus pantalones, pero nadie percibía el mal olor. Estaban impactados.

Del agujero volaron otros seres, diminutos en comparación con aquel retoño de coloso; y giraban y giraban, danzando alegremente. Una cámara posicionó su lente en uno de ellos, y su figura era como la de una litografía antigua de ángeles cristianos, extrañísimos para una tripulación de ateos.

—¿No nos habrá absorbido ya el agujero y esto es una imagen postmortem? —preguntó Bicks, que se le había olvidado el antojo del licor que tenía guardado debajo de la cama.

—Esto está pasando en estos momentos, frente a nosotros. Es de las fantasías más absurdas que a un humano se le pudiera ocurrir —Kasha permitió que sus sensores de sorpresa y estupefacción prosiguieran su proceso de obnubilación sintética. Realmente lo que pasaba se alejaba de toda teoría y presunción.

—Es un bebé. Son ángeles. No entiendo —dijo Suárez.

Zafron apretó de nuevo el botón.

—¡No! ¡Qué haces! —gritó Suárez. El capitán no dijo nada.

Los torpedos hicieron lo suyo e impactaron como fantasmas contra aquel espectáculo bizarro. Por unos momentos no pasó nada más.

—¿Eres un idiota o…?

Zafron le dio un puñetazo en la quijada a Suárez y éste cayó casi inconsciente en el asiento del copiloto.

—Calla.

Minutos después, aquel gran bebé comenzó a gemir; los gemidos se convirtieron en un llanto horrible;  los tímpanos de los humanos reventaron, pero aun así lo seguían escuchando. Cada uno de los ángeles parecía asfixiarse, apretando sus cuellos, estrangulándose a sí mismos, hasta que sus ojos explotaban y sus cabezas se separaban de sus cuerpos angelicales.

Fue un acto grotesco.

—Qué ha hecho, capitán… —Pesh quiso hacerse escuchar, sin embargo, a nadie le era posible percibir algún sonido; sólo era llanto, aquel llanto dentro de sus mentes, transmitiendo dolor…

Zafron, ojos del color de la carne, miraba con rabia a lo que estaba ahí, convulsionando de manera aberrante.

A aquel ser se le desprendía la piel, los dedos se le escapaban…

Lo último que dijo el capitán fue:

—¿Qué no recuerdan lo que nos advirtió esa serie animada de los antiguos japoneses? No confíes en los ángeles.

Pero nadie lo escuchó.

Aris aulló debido al tormento que estaba pasando, no había orificio por el que no sangrara.

Deum ex machina, finem saeculi! —Kasha cayó inconsciente.

La cosa amorfa ya no tenía salvación; purulenta, abotargada de sangre y bilis…

Y el bebé reventó.

Todo se hizo rojo.

Fue rojo.

Y sigue siendo rojo.

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