
A lo largo de la historia, los demonios siempre han recurrido a diferentes formas para seducir a la humanidad y conseguir adoradores, algo que ha pasado incluso entre los hombres y mujeres más piadosas; promesas de riqueza, vida eterna, poder, amor… Todas esas ambiciones que tienen los mortales. Pero a pesar de que salían airosos en su cometido, los seres infernales sólo podían disfrutar de sus victorias por cortos periodos, ya que en algún momento eran descubiertos y desterrados nuevamente a los abismos.
La lucha entre la luz y la oscuridad se dio siempre así: el subterfugio como el arma principal de los esbirros del infierno y el castigo por parte de los paladines de Dios. Por lo menos este fue el caso hasta que un demonio, al que no nombraré por temor de llamar su atención, concibió una argucia que instauró uno de los más fuertes cultos del cristianismo —entiéndase por cristianismo a toda aquella iglesia que se basa en las enseñanzas de Jesús de Nazaret, y que durante muchísimos años lo ha mantenido entre los mortales incrementando de manera sustancial a sus adoradores. ¿A qué se debe su éxito? A que es patrono de las causas difíciles o desesperadas, algo por lo que la gente nunca va a dejar de necesitar auxilio divino.
Nuestro diablo en cuestión, después de haber martirizado y decapitado a uno de Los Doce, del que tampoco mencionaré su nombre, asumió su identidad para posteriormente ser canonizado y elevarse como uno más del santoral de la iglesia. A pesar de que los textos religiosos nos cuentan otra historia, una en donde efectivamente a este apóstol le fue removida la cabeza tras ser torturado, se ignora (o se omite) al verdadero perpetrador. ¿Otro ardid del malvado ente para conseguir que los que escribieron aquellas antiguas páginas lo ignoraran, tentándolos con la promesa de cumplir sus deseos? Eso es algo que nunca se sabrá y que ahora realmente ya no importa.
En el mundo cristiano a este «santo» se le festeja en dos fechas: en el décimo mes en occidente y en el sexto en la tradición ortodoxa del oriente. Lo que nos atañe aquí es lo que sucede en la iglesia Católica Romana, específicamente en la Ciudad de México, que es desde donde se originará todo.
En México miles y miles de personas realizan una peregrinación anual al templo donde se le venera (y con mucho menos afluencia mensualmente); estos peregrinos portan figuras, algunas de enormes tamaños, e imágenes plasmadas en camisetas, estandartes o cualquier otro objeto, y le piden que los ayude con sus tribulaciones. El culto goza de tantos devotos que el santo es, quizá, el ícono religioso más grande de los mexicanos después de la Virgen de Guadalupe.
Sus fieles, como mortales que son, le piden favores, pensando que en agradecimiento por su devoción les ayudará con su poder divino, sin embargo, desconocen por completo que, al orarle, lo que en verdad hacen es una comunión con el demonio y que éste llena sus mentes y almas con tentaciones.
Las personas que se acercan a él se multiplican con el paso de los años, sus susurros extendiéndose hasta los rincones más alejados. El dominio de este oscuro ser está bien afianzado en la capital de ese país y es ahí donde se sentará en su trono, llegando así el momento en el que se revelará como lo que realmente es. Y sus millones de seguidores se levantarán contra cristianos, musulmanes y otras religiones que se les opongan abiertamente, creando un nuevo orden en el mundo. Entonces, el astuto habitante de las tinieblas se erguirá como rey de la humanidad. Sus generales conquistarán nuevos territorios y sumarán nuevos adeptos hasta que la tierra quede a sus pies; mientras, sus partidarios recibirán todo aquello que les fue prometido.
Así será el modo en que se escribirá un nuevo capítulo en la historia. Iniciará una era de cambio en la que la falsa luz y las absurdas creencias de que el sacrificio llevará a las almas piadosas al paraíso soñado, terminarán para siempre. Esta va a ser una era de verdadera justicia e igualdad donde no habrá más dudas, ni miedo.
Extracto de “Mis tratos con demonios”, escrito por el sabio errante Edgardus a inicios del siglo XXI.
Odragde, Señor y propietario del Lago Neza, ¿cómo le hago para ascender en esta cruenta vida?
Me gustaLe gusta a 2 personas
Sé niño siempre.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Seamos niños siempre, entonces.
Me gustaLe gusta a 3 personas
Reblogueó esto en Algún lugar en la imaginacióny comentado:
«La ascensión», un desvarío más hilarante que terrorífico. Al final, la última palabra la tienen ustedes.
Me gustaLe gusta a 1 persona